Cuaderno de viaje: Italia

Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.

   ¿Qué queda de las alegrías y penas del amor cuando éste desaparece? Nada, o peor que nada; queda el recuerdo de un olvido. Y menos mal cuando no lo punza la sombra de aquellas espinas; de aquellas espinas, ya sabéis.

Luis Cernuda

La adivina no habló de ternura. Tampoco dijo cómo no vivir. Tendrás que ser paciente, dijo, sobre todo a las diez de la noche, cuando alguien puede llegar y hacer un censo de tu casa quieta, incluyendo tu habitación de escribir, tan brutalmente exigua de estudios corporales, tan sin pena ni diestra, mientras se pierden uno a uno tus rostros y vos te quedás famosa, pero down muy down. 

Maria Negroni

Justo cuando estaba a punto de empezar
a jugar con el fuego del mechero, apareces
y ya no recuerdo nada de lo que decías
mientras intentaba ocultar mi cara.
Solo quiero oírte suplicando las palabras
que apagaron el incendio,
que hicieron seguir mintiendo 
sobre historias raras de humo negro
y playas encantadas.
Que nunca pueda verlas estallar,
lo pido sin mentir a nadie más.

Ruidoblanco. Palabras que apagaron el incendio

Mi marido me pregunta: «¿Te duele?» Y aunque ese día, ese preciso instante, sea un poco más benigno que de costumbre, yo le respondo: «Me duele mucho.» Me gusta ver cómo se entristece y se desmorona conmigo. Cómo se duele en mi dolor. Creo que no es bueno acostumbrase a una felicidad excesiva. Animarse demasiado. Luego me siento mala y me alivio en mis malos sentimientos. Me desvío de la cuestión central porque, en el fondo, no puedo olvidarme de que el dolor persiste. Y si se ha ido, puede volver a aparecer en cualquier momento.

Marta Sanz, Clavícula

Parece que la muerte, en torno a mí, se manifiesta poco a poco, en personas no muy próximas. La primera vez que irrumpió con brutalidad en mi vida fue, aunque parezca ridículo, la muerte de una gata siamesa a la que yo quería mucho -todos la queríamos mucho-; yo tenía trece o catorce años; la enterramos en el campo de aviación. La única muerte que realmente me ha afectado, la única persona muerta a la que sigo echando de menos, es mi abuela. Los otros -la abuela Carmen, mi abuelo, tío Francisco- no me entristecieron siquiera, ninguno se había hecho querer.

Laura Freixas, Una vida subterránea  (Diario 1991-1994)

Me limito a sonreír a las personas que me devuelven la mirada. Un pequeño acto de gracia; de bondad. Pero en mi cabeza siguen sonando las mismas preguntas para las cuales mi subconsciente siempre tiene la misma respuesta: «Llegado el momento».

Pienso entonces en la espera. Esa espera cuyo inicio no consigo ubicar el tiempo. Quizás lleve toda la vida, desde que tengo uso de razón, esperando. Ese tiempo que he dedicado a otros, que me he dedicado a mí, pero que no ha resultado ser suficiente para llegar a ese momento. Pero, ¿cual o qué es ese momento? La eterna espera resumida en el suspiro. El suspiro de lo que no llega o, mejor dicho, aquello que desconozco y que no llega.

Planteo las dudas, repaso de manera lineal los momentos de mi vida. Esos que quizás fuesen ese. El esperado, el resultado, lo que tanto ansiaba. Y me enorgullezco de lo vivido pero no puedo dejar de darle vueltas a lo que tiene que llegar. Pienso otra vez en la respuesta de mi cabeza: «Llegado el momento». Y entonces me doy cuenta que las palabras que me repito a mí mismo una y otra vez están incompletas. Hay que añadirles algo más: «Llegado el momento…».

Seguiré esperando, mientras tanto, a que algo ocurra.

Fotos sacadas del archivo familiar, tomadas en Bueu. 

La fantasía de la individualidad

Almudena Hernando

traficantes de sueño 

Cuaderno de viaje: Paris III

Il pleut des cordes sur le génie
de la place de la Bastille
nous marchons sous un ciel gris
Percé par des milliers d’aiguilles
Il pleut des cordes sur le génie
les nuages trop lourds s’abandonnent
de l’eau pour les gens de Paris
pour l’ange nu sur la colonne.
Les Chansons d’amour, Louis Garrel
 .
Ven, acércate.
Ven y abrázame. 
Vuelve a sonreír, a recordar París,
a ser mi angustia. 
Déjame pasar una tarde más.

París, La Oreja de Van Gogh

 

Cuaderno de viaje: Paris II

Un serment à l’eau, deux paroles en l’air, trois petits bateaux oubliés par terre, un peu de ta bouche, beaucoup de ta gueule, quatre poils dans la douche, tu vivrais mieux seul. Tes erreurs, mes jugements, mes jurons, tes errements… Et après? Après, on rêve d’avant. Rien de secret, tout se perd. De quoi avons nous l’air à l’heure de l’inventaire?

(…)

Tenter plus pour trois fois rien. Trop de mal pour un bien. Au bout du compte, amour, tu m’aimes combien? Huit ans à t’aime ; c’était un jeudi, la Terminale B, pas une lettre depuis. Je sais plus bien je vais mentir, je ne trouve plus rien de neuf à te dire. Que te reste-t-il de moi? Mieux vaut en rester là. Mais dis moi, est ce que je compte pour toi?

Les Chansons d’amour, Christophe Honoré

Les nuages, quelques fumées neigeuses
Sont là tellement sur le bleu
Qu’on ne peut les imaginer autres
On dirait des anges
Dans ce lit là, il a dormi celui
Dont le regard s’éveille au hasard
De ce ciel dans l’oubli

Les Amants Réguliers, Philippe Garrel

Pourquoi tu la suis? Hein? Tu vas m’faire croire qu’tu fais ça avec tout l’monde? Tu crois quoi? Qu’on va t’les chourrer, tes merdes, là? Hein? Tu crois quoi? Qu’on n’a pas d’argent, qu’on est des pauvr’filles? Mais qu’est-ce que t’en sais avec ton taf d’esclave, là? Allez venez, on s’casse!

Bande de filles, Céline Sciamma

Cuaderno de viaje: Paris I

Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico

Rayuela, Julio Cortazar

Me contaba cuentos y a veces me llevaba a pasear; me mostraba calles, plazas, muelles, canales, cementerios, zonas, depósitos, terrenos baldíos, bodegones; un montón de rincones de París que yo no conocía; y me daba cuenta de que nunca había visto las cosas que creía conocer. Con él todo cobraba mil sentidos: los rostros, las voces, la ropa de la gente, un árbol, un cartel, un aviso de neón, cualquier cosa.

Los mandarines, Simone de Beauvoir

Los Ángeles 

La arquitectura de cuatro ecologías

Reyner Banham 

Puente Editores